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La Renuncia del Albedrío 03

Florencia, con aire de triunfo, mira la pared de la sala como si estuviera sola. Me gustaría decirle que se deje de circos, si lo que quería era que me disculpara por hacerme la justiciera, ya lo consiguió. Pero sé que lo está disfrutando y aunque tengo deseos de ver su mueca de disgusto, esta vez voy a dejarla ganar.

--¡Muda! --la llama como a un perro--. ¡Ven, mudita! ¡Ven! ¡Ks! ¡Ks!

Eva entra en la pieza gateando, está desnuda, salvo por un lazo que lleva alrededor del cuello como si fuese un collar. En el cuerpo tiene pintarrajeados penes e insultos. Me sorprendo al verla, otra vez mi corazón bombea con fuerza; no sé si estoy indignada o he comenzado a excitarme.

--Ven, ven aquí --dice Flo con una gran sonrisa--. Mira, ¿quién es?

Eva va a pronunciar mi nombre cuando recibe una bofetada que resuena en la estancia.

--¿Cuántas veces tengo que decirte que los animales no hablan, pendeja? --prorrumpe Florencia--. Si un chingado perro no habla, tú que estás pinche muda menos, ¿entendiste?

Eva asiente. Aprietas los labios, como si recelara que se le escapase el menor sonido.

--Ahora pon atención: Maika vino muy cortésmente a pedir disculpas por portarse como una pinche persignada, ¿verdad, befa? --disimulo el enojo que me causa la actitud de Flo y asiento con una sonrisa forzada mientras ella sigue hablando--. Pues bueno, como todas (menos tú, perra) somos muy buenas amigas, la he perdonado, así que ella también es tu ama. Aunque antes de obedecerla, tiene que cumplir con algo, ¿no es así?

Florencia me mira con su brillo demoníaco en los ojos.

--¿Cumplir? --tartamudeo al interrogar.

--Hermosa --prosigue Flo, enternece el tono, como si hablara con un niño--: sí sabes que esto es, ¿cómo dijo Dani? Una golden opportunity, ¿verdad? --asiento, la miro fijamente mientras habla--. Pues, entonces una simple disculpa no arregla el asunto, ¿o sí? Es decir, me hiciste quedar mal delante de mi Mudita, yo que fui la primera en aceptarla cuan inútil y estúpida es, como mi esclavita, mi posesión. Me restaste autoridad delante de ella, eso no está bien, corazón.

--Flo, yo... --intento defenderme pero ella me detiene en seco.

--No, corazón, no interrumpas. Estoy hablando. Ya te disculpaste, pero quiero que la Muda vea que eres sincera. Pero sobre todo --su dulce tono de educadora de preescolar cambia de súbito, ahora habla con dureza y frunce el ceño--, quiero que le quede claro que de ahora en adelante nadie se me puede poner al brinco. Ni tú, ni Dani ni nadie.

Guardo silencio. Intento comprender lo que acabo de escuchar.

--Sin embargo --otra vez habla con dulzura y su expresión es relajada; me revienta reconocerlo pero su histrionismo me fascina-- nosotras, quiero decir Dani, tú y yo, somos las amas, somos iguales. No como este patético animal --escupe en la cara a Eva y prosigue--. Por eso lo que tienes que hacer para probar tu sinceridad no va a ser tan pasado de verga, pero sí será algo.

--¿Tan pasado? --inquiero con cierto temor.

--Maika: me restaste autoridad.

--Bueno, bueno, ¿qué debo hacer?

Florencia sonríe como si hubiera planificado esto por mucho tiempo. Con lentitud abre la boca y pronuncia una única palabra:

--Ejemplo.

--¿Puedo hablar? --digo después de un momento de silencio.

--Hermosa, tú no eres como esta bestia de aquí. No tienes que pedirme permiso, a menos que quieras que te trate como a ella.

Mi corazón late con fuerza, como si estuviera sola en un callejón del centro en la madrugada. Me gustan mucho los pies, me atraen, es algo que no puedo explicar, es una inclinación. ¿Eso significa que también soy una sumisa igual que Eva? ¡No! ¡No! Florencia está jugando con mi mente. Ella quisiera verme gateando, pero yo no soy Eva, yo no soy la Muda.

Mientras pienso, Flo ha fijado su mirada en mí. Sonríe.

--A lo mejor quieres estar en su lugar y por eso me hiciste esa escena en la cafe --dice como si saborease las palabras.

--Yo no soy esta pendeja Muda --me defiendo con violencia, aunque me duele insultar a Eva de la nada--. Ahora dime qué quieres decir con eso de «ejemplo».

--Solamente te ofrecía una alternativa, befa --responde Florencia, su tono delata molestia--. En fin, ya que tanto querías defender la «dignidad» de la Muda, vas a ser tú quien se dedique a destruirla.

--Explícate.

--De seguro pensabas que te iba a dar el gusto de lamer mis bellos pies, ¿no es así? --no respondo, pero sé que puede leer en mi rostro la sorpresa que me provoca que conozca mi fetiche--. Pues me temo que para eso tendrías que ser mi esclava también. Pero como en ti veo a una amiga, lo que tienes que hacer para probar tu sinceridad es demostrarme que vas a ser tan buena ama como Dani o como yo.

»Esta semana nos quedaremos en tu casa. Tú, yo y la Muda. ¡Seremos las dos felices tigresas y el trigal en el que se cagaban! Durante ese tiempo vas a dedicarte a humillarla de todas las maneras que se te ocurran. Castigos ejemplares, ¿me sigues? Yo estaré ahí para que conste, tomaré fotos, videos --se detiene un momento y luego grita con emoción--. ¡Haremos un snapchat! ¡Va a estar con ganas, Maika!

--¿Eso y ya? --pregunto con incredulidad.

--Son las líneas generales, hermosa. Pero si me parece que no la humillas lo suficiente, si detecto la menor condescendencia de tu parte hacia ella, si al finalizar todavía parece que tiene dignidad, no podrás ser su ama nunca. Tienes que demostrarme que de verdad vas a aprovechar esta oportunidad, Maika. Y, de paso, vas a dejar a la Muda bien quebradita para Dani y para mí.

--¿A ti te parece que todavía tiene dignidad? --digo con cierto enfado mientras miro a Eva que, como una mascota, se ha sentado sin despegar las manos del piso.

--A mí no, pero a ti sí --responde seria--. Si pudieras ver tu expresión cuando la miras. Parece que te preguntas qué le he hecho. Es como si le tuvieras lástima... o como si te remordiera la conciencia por las veces que la avergonzabas en público por no hablar alto. La sigues considerando humana...

--¡Es humana! --interrumpo enfadada.

--¡No, ya no lo es! --insiste Flo, también con enfado--. Y si quieres jugar con ella vas a cumplir mis condiciones o puedes despedirte de nosotras para siempre.

Guardo silencio. Mis sienes palpitan, puedo escuchar mis propios latidos como si su acelerada percusión llenara cada rincón de la sala. Respiro hondo. Intento calmarme.

--Sí quiero jugar con la Muda --digo sin desviar la mirada de los insultos y dibujos obscenos que cubren la espalda de Eva.

--¡Perfecto! Entonces, mañana nos quedamos en tu casa.

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