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Tammy Bajo La Lluvia

Querida Deirdre,

Mi hermana se va a Grecia y todo lo que consigo es quedarme con su gata dos semanas. ¿Hay justicia cuando ella folla mañana y noche, se va de juerga desnuda con su novio en una preciosa playa privada y disfruta tardes ociosamente románticas mientras yo tengo que tratar con una psicodemoniogata tirando mis macetas, mi atril, meándose en mis partituras y generalmente haciéndome la vida imposible? ¿La hay? Que maravilloso, querida hermana, que hayas vuelto a casa con tus artísticos jugos ya lúbricos todavía más lubricados. Bueno, se debe decir al mundo cómo lo vivió la otra mitad.

Durante dos de las semanas más cálidas y húmedas en la historia de Nueva York, estuve poseída por una gata que estaba a su vez poseída. Su nombre era Jazmín, pero rápidamente llegó a ser conocida como el Engendro Infernal de Azathoth. Cualquier cosa que esta gata pudiera hacer para jodernos a mí y a mi novio lo hacía dos o tres vez al día, sólo para recordarnos que el que nosotros la vigilásemos no era tampoco su idea de la diversión. No jugaba con ninguno de los bonitos juguetes que tú tan amablemente nos dejaste. Obviamente pensaba que su cajón de arena era el centro de la sala, porque era allí donde pisoteaba toda su mierda. Pronto redecoró el dormitorio con bolas de pelo y manchas de vómito, cortésmente depositadas durante la noche para que cuando nos levantáramos por la mañana nuestros pies desnudos patinaran en ellos.

Ni que decir tiene, procuramos evitar a la gata tanto como fuera posible, lo cual era fácil cuando estábamos en la sala, puesto que parecía aterrada de vernos allí, ocultándose tras el sofá siempre que estábamos allí. Pero el dormitorio era otra historia. La criaturita parecía pensar que era su patio de recreo. Sobre todo la cama. Sobre todo por la noche.

Una vez cometimos la equivocación de intentar hacer el amor con la gata dentro de la habitación. Yo yacía sobre mi espalda, recibiendo un polvo realmente bueno y lento, cuando la bola de pelo color de humo saltó sobre la almohada. Lo siguiente que supe es que había una pata sobre mi nariz. Intenté abrir mi mandíbula y soplarle aire.

- ¡Fusss! -exclamé, pero no funcionó. En realidad, no había funcionado nunca.

Se levantó y me colocó sus patas delanteras sobre las tetas y permaneció así, husmeando la cara de mi novio. En aquel momento su cara estaba impregnada del aroma de mi coño, ya que acababa de pasar un rato maravilloso con su cara entre mis piernas, follándome con la lengua mientras su nariz hacía cosquillas en mi pepita. Mi jugo debía estar por toda ella.

- Quizá quiera saber a lo que huele la competencia- dijo él. - Mrfl Burf Brble Fm -contesté yo, pues la gata estaba sentada literalmente sobre mi boca.

Él cogió la gata dulcemente y la echó fuera de la cama. Remoloneó un momento por la alfombra mientras intentábamos recuperar la pasión del momento. Tiré de él hacia mí, besándolo, oliéndolo y saboreándome a mí misma. Me enrosqué bajo él un poco más y mis piernas rodearon su cuerpo. Su polla se hundió en mí esos centímetros de más que sientan tan bien cuando estás completa y totalmente abierta y tu ángulo es justo el correcto y estás increíblemente lisa y estrecha por dentro y sabes que tu coño no lo va a liberar y él empieza a follarte más fuerte y más rápido y te la mete hasta los cojones dentro de ti y quieres que todo él esté dentro de ti y lo sientes grande dentro de ti y sabes que se va a correr dentro de ti y estás tan caliente, tu coño tan apretado y estremeciéndose y estás segura de que vas a correrte cuando comienza a descargar en ti y es sólo un poco, sólo...

ENTONCES la pequeña hija de puta hundió sus dientes en el dedo gordo de mi pie casi un centímetro y salté sobre un pie y grité y su polla escapó fuera de mí. Intenté tirarle la almohada al bicho pero se escabulló bajo la cómoda. Yo sangraba por aquellos punzantes agujeros y me dolía como el demonio. Me senté allí gritando, sosteniendo unos kleenex en mi dedo gordo mientras mi novio perdía su erección al intentar tranquilizarme y mirarme el dedo del pie.

Así que probamos a cerrar la puerta, pero maullaba como si estuviésemos torturándola, cosa que ambos teníamos ganas de hacer, y entonces fue cuando tiró el atril y se meó en Mozart. Parecía que el celibato era nuestra única opción. Ninguno de los dos quería arriesgarse a estar desnudo en el mismo apartamento que esa gata.

- Podríamos ir a algún cine de arte y ensayo y hacerlo en la fila de atrás. - Podríamos pedir un taxi y quedarnos atrapados en el tráfico de la autopista mientras follamos en el asiento trasero. - Podríamos registrarnos en el Carlyle para esta tarde. - ¿Qué hay de ese cuarto de ejercicios en Julliard donde nosotros...? - Ya no tengo la llave. ¿Qué hay de ese amigo tuyo que no tenía casa para estar con su novia, y les dejamos follar en nuestro apartamento mientras íbamos a la ópera o algo así? - Cortaron el mes pasado. No podría llamarlo ahora.

No debería haberlo mencionado. Ya estaba bastante cachonda. Recordar aquella noche sólo me puso peor. Aquel amigo suyo estudiaba en la universidad y tenía un compañero de cuarto que no le permitía que su novia pasase la noche allí. Así que en un arranque de generosidad les dijimos que les dejábamos el apartamento:

- Nos esfumaremos, lo único que no tenéis que hacer es romper nada. Nosotros incluso lavaremos lo que ensuciéis.

Yo llevaba aquel vestido de noche, negro, de terciopelo, muy corto. Un collar de perlas alrededor de mi cuello y el Wonderbra (TM) ese que colocaba cada milímetro de mi pecho en el escaparate. Fuimos al teatro mientras ellos follaban como locos. Me pasé todo el rato pensando en lo que estarían haciendo en aquellos instantes. Podían haber estado haciendo el pino y cantar 'Paul is dead' desnudos y yo ni me habría enterado.

Imaginaba a aquella pareja follando en todas las posiciones posibles en cada uno de los cuartos del apartamento. Podía verla sentada en la cara de él en medio de la sala y ella girándose y descendiendo lentamente sobre su polla, retorciéndose suavemente mientras aquello se deslizaba en el hogar, dulce hogar. La veía a cuatro patas encima de nuestra cama, siendo follada por detrás, el ritmo lentamente acelerándose, sus pechos balanceándose bajo ella. Pensé en él metiéndosela hasta el fondo mientras sus cuerpos palmoteaban el uno contra el otro, una y otra vez, dejándola sin aliento, su coño muy apretado alrededor de él. Por alguna razón el pensamiento de aquella otra pareja follando en nuestra cama me puso realmente excitada.

Bueno, por fin llegó la hora de las brujas y allí estábamos de pie tocando a nuestro propio timbre como si fuéramos la visita. Abrieron la puerta juntos y permanecieron allí cogidos del brazo con aquellas grandes expresiones bobaliconas en sus caras, y pareciendo bastante cansados. El amigo de mi novio le estrechó la mano y le dio unas palmaditas en el brazo de esa forma tan machista. La chica dio un paso hacia mí y me dio las gracias con aquella vocecita mientras besaba el aire al lado de mi mejilla y sólo entonces al respirar noté que su olor era como de sudor, almizcle y la leche de él todo mezclado a la vez. Miré hacia abajo y descubrí aquel pequeño punto blanco de láctea corrida apenas comenzando a recorrer poco a poco el camino entre sus pechos. De repente mis rodillas se pusieron débiles y simplemente permanecí allí con la boca medio abierta mientras intercambiaban su sitio con nosotros y decían buenas noches.

Él debió haberse corrido en su cara, por lo menos una última vez antes de que se les acabara el tiempo. Mientras salíamos del taxi la polla de él se deslizaba entre sus labios y ella lo sentía hincharse preparándose para explotar. Ella se la envolvía con la mano para cuando nosotros llegábamos al primer piso y bombeaba su polla de arriba abajo, con sus labios apretados contra la hinchada cabeza púrpura. Segundo piso y él rociaba su cara con su caliente y blanca leche, pequeñas masas informes agarrándose a sus labios y mejillas. La lengua de ella salía serpenteando de su boca para lamerlas, lamerlas libres de su polla. Ella se tragaba su capullo de nuevo para absorber las últimas gotas mientras oían que nuestras voces iban ascendiendo desde el tercer piso y las engulló aprisa levantándose luego del suelo para poder estar allí de pie cogida el brazo de él y decirnos buenas noches mientras llegábamos al cuarto piso y tocábamos nuestro propio timbre.

Quizá no sabía que todavía lleva una pequeña cuenta de leche en su pecho, que empezaba a desaparecer por dentro de su hendidura. Quizá sí, quizá notó cómo caía allí mientras el resto de la carga le embadurnaba la cara y lamió y chupó el resto sabiendo que se dejaba aquel pequeño punto. Quizá sabía que yo lo vería, quizá quería que yo lo viera. Quizá se lo limpió con el dedo en la calle y se lo dio a chupar a él. Quizá él enterró su cabeza entre sus tetas y lo lamió directamente de allí.

En el instante que se cerró el pestillo yo ya le estaba besando, escalándolo prácticamente. Una mano apareció bajo mi culo, bajándome las bragas y las medias. La otra sacó una de mis tetas del Wonderbra (TM) para estrujar mi pezón. Dejé de retorcerme solo lo justo como para quitarme las bragas y entonces le bajé los pantalones hasta los tobillos. Su polla ya estaba inmensa. Lo que pasó luego me hizo olvidar todo lo que había pasado antes porque me levantó y me apretó contra la puerta y yo envolví mis piernas alrededor de sus caderas y mis brazos alrededor de su cuello. Me folló más fuerte, más profundo y más rápido de lo que nadie lo había hecho antes. Su polla se deslizó por todo mi culo mientras me mantenía sujeta y entonces sentí la cabeza de aquello entre los labios de mi coño. Enseguida me la metió hasta el fondo, muy profundamente, y dejó que me deslizara sólo un poco para que mi propio peso consiguiese enterrar dentro de mí los pocos centímetros de su polla que aún quedaban fuera de mí. Al conseguirlo dejé escapar un sonido gutural como si fuera algún animal salvaje. Luego comenzó a bombear su polla dentro y fuera de mí con deliciosos y secos golpes. Tenía sus manos en mis nalgas para sujetarme de modo que pudiera separarse más para luego poder embestirme con más fuerza. Yo simplemente disfrutaba del polvo con los ojos cerrados y envolviendo su cuerpo con mis brazos y mis piernas. Mis tetas flotaban libres del sujetador mientras me follaba, sentí mis pezones duros contra su pecho. Se corrió aplastándome contra la puerta. Con furiosas acometidas y con la ayuda de su propio peso me abría cada vez más las piernas pero sin conseguir que soltasen su presa. No recuerdo haberme corrido, aunque si sentí un orgasmo, fue tan bueno que no me preocupó.

Pero ahora aquí estaba yo, con mi virtud custodiada por una gata de castidad, y recordando con todo lujo de detalles corporales el polvo más caliente que había pegado en los últimos tiempos. Nos acostamos sin solucionar el problema. Nos quedamos allí tumbados, desnudos e insomnes, agitándonos y dando vueltas hasta que nos dormimos.

Aproximadamente a las 2 de la madrugada me despertó el silencioso destello de un relámpago en el cielo. Había una tormenta acercándose, una extraordinaria y enorme tormenta llena de relámpagos y truenos.

Con un breve estallido, las nubes empezaron a retorcerse y no pararían hasta quedarse secas dejando caer la lluvia en continuas y ondulantes cortinas de agua. Estalló un trueno, retumbando con un sonido metálico entre los altos edificios de la ciudad. Adoro las tormentas así.

Me deslicé fuera de la cama, me puse una camiseta y unas chanclas y me acerqué a las ventanas de la sala echando un vistazo al cielo. Al estar rodeado nuestro edificio por otros más altos, no podía ver lo suficiente del cielo como para satisfacerme. Dejando la puerta delantera sin cerrar salí y subí a la terraza. Los tres tramos de escalera me acabaron de despertar. Empujé la puerta de la terraza, que en teoría debería haber estado cerrada con llave pero que nunca lo está. Nosotros sólo subimos allí el Cuatro de Julio, pero hay otras personas que salen y toman el sol entre toda aquella contaminación y también hay quien hace barbacoas. En medio de la noche yo estaba a solas con la ciudad cubierta de tinieblas y aquel palpitante cielo.

Me quedé mirando las grises nubes que pasaban. Sentí la brisa levantando y tirando de mi camiseta. Me llegaba justo a la altura del culo, dejando apenas el vello de mi coño fuera de visión. No me importaba, estando sola aquí arriba como lo estaba, que el viento jugase con el borde de mi camiseta, lo alzase hasta tocarme el culo o me rizase el vello del coño. Sólo para demostrar lo poco que me preocupaba, me cogí la camiseta por el borde y la alcé brevemente sobre mis tetas, dejando la brisa soplar sobre ellas y arrugar la piel alrededor de los pezones. Era deliciosamente fresco y travieso exponerme así a los rascacielos de Manhattan. Alguien tan insomne como yo, tan despierto como yo a causa de la tormenta, podría estar mirándome desde cualquiera de aquellas mil ventanas, y verme, inclinándome contra la barandilla de la azotea de mi edificio, levantando mi camiseta y sintiendo la brisa soplar sobre mis pechos y entre mis piernas como la lengua de un amante. No me importó.

Sentí la primera gran gota húmeda en mi mejilla cuando me bajé la camiseta. Fui al medio de la azotea y me quedé allí mientras viendo el siseo ascendente mezclarse con los estampidos que cada vez sonaban más cerca y más a menudo. Las luces de la calle Houston desaparecieron casi de la vista a causa de la cortina de agua que caía sobre ellas. El ritmo de la lluvia aumentó cuando extendí mis brazos para saludarla. Las gotas golpeaban al azar sobre mi cara, causándome un ligero dolor por la fuerza del viento. Chocaron y se aferraron a mi camiseta, ensombreciéndola gradualmente. Ya no volaba al viento, ahora el viento y la lluvia la pegaban a mi piel. La tempestad estaba encima de mí, cayendo como una ducha caliente, pero el viento me enfriaba. Mi pelo se alisó contra mi cuello y la camiseta se me adhería por todas partes.

Miré a mis pechos. Mis pezones se alzaban endurecidos bajo la empapada camiseta. Los estrujé a través de la camiseta, apuntándolos al cielo, sintiendo en mí una pequeña descarga eléctrica.

Oí crujir la puerta tras de mi. Me volví, asustada de repente. Entonces mi novio salió de la oscuridad a la lluvia bajo la luz de un relámpago. Solo llevaba puestos los calzoncillos y unas chanclas como las mías. Se quedó de pie mirándome a unos cinco metros de mí, la lluvia oscureciendo sus shorts. Mirándole a la cara levanté de nuevo la camiseta hasta la altura de mis pechos exhibiéndolos a su vista, restregándomelos, sintiendo mis pezones tiesos a través de mis dedos. Su erección era patente a través de los empapados calzoncillos, perfilada por la tela. Me acerqué a él y le besé, muy agradecida de que me hubiera seguido.

- Tómame ahora -dije- Quiero que me folles bajo la lluvia.

Me cogió de la mano y registro la terraza con la vista. No había ningún lugar adecuado para acostarnos, ni siquiera a cuatro patas. Entonces se me ocurrió una idea. Lo llevé al otro lado de la caseta de la escalera, hacia una pared de ladrillo sólido. La lluvia palmoteaba contra ella.

- Levántame y fóllame contra esta pared, como hicimos contra la puerta aquella vez. De veras necesito que me folles, por favor, yo... Oh dios tu polla es tan grande que no puedo esperar a que me la... Oh sí, te la tengo cogida con tanta fuerza y la tienes tan dura... No te preocupes, tú sólo aplástame contra el muro como hiciste aquel día y ya está. Oh, joder. Me la metes tan hondo... Oh, jódeme. Oh, joder, es tan buenoooo...

Tenía el dibujo de los ladrillos marcado en mi piel mientras su polla me clavaba al muro. Estábamos empapándonos y su polla parecía hacerse más grande cada vez que se deslizaba dentro de mí. Yo gritaba, más fuerte que nunca, con cada acometida. Era una sensación tan espléndida el sentir la lluvia goteando en mi boca mientras gritaba.

Nuestro orgasmo nos llegó en el momento en que el chasquido de un trueno retumbó cerca, o quizá sólo lo sentí de esa manera. Él me retenía mientras mi coño envolvía con fuerza su polla rezumante de semen, mis pezones aplastados contra el algodón mojado y su pecho. Me mantuvo clavada mientras nos besábamos y los ecos retumbaban y rugían alrededor nuestro.

Permanecimos allí arriba, besándonos y abrazándonos el uno al otro, hasta que la lluvia quedó detrás mientras la tormenta pasaba sobre el East River. Pensé en tu apartamento de Park Slope y confié en que hubieses cerrado las ventanas cuando te fuiste de vacaciones. Cuando rodeamos la caseta de la escalera vi que Jazmín nos esperaba, habíamos encontrado finalmente un punto que no se atrevía a invadir. Esperé que huyera de nosotros cuando entramos al interior desde el suelo mojado y bajamos la escalera chapoteando, pero en lugar de eso se puso a ronronear dando vueltas alrededor de nuestros tobillos. Todo fue bien hasta que intentamos besarnos en el sexto piso y me arañó el tobillo. Creo que ya había dejado de llover.

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